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La lectura a través de las pantallas móviles. Tensiones y paradojas en la era de la información

Por Lic. Emanuel Pagés



Resumen

El mundo posmoderno nos envuelve de tecnologías digitales que a priori potencian prácticas que fortalecen la educación y el conocimiento pero la mirada debe enfocarse en aspectos más profundos, no sólo en estadísticas cuantitativas sino también descripciones cualitativas que nos aporten distintas categorías de análisis sobre tales temáticas.

Las pruebas internacionales que se realizan para medir la calidad educativa de un país como el PISA (por sus siglas en inglés: Programme for International Student Assessment), no exento de críticas polémicas, evalúa sobre tres áreas puntuales como la lectura, las matemáticas y las ciencias naturales, excluyendo quizás lo más interesante: ¿cómo se llevan adelante tales prácticas, especialmente las primeras (lectura)?. Tan simple y tan complejo como eso.

No caben dudas de que la digitalización, la World Wide Web y otras tecnologías (electrónica, ofimática, telecomunicaciones), nos permiten acceder a múltiples dispositivos electrónicos con pantallas, lo que redunda en la posibilidad de acceder a plataformas y contenidos que nos proveen cultura, mayoritariamente en formato escrito y audiovisual. De lo que se trata a través de este ensayo es describir ciertas características de la lectura contemporánea, en parte atravesadas por las denominadas pantallas móviles, todo ello en un marco de criticidad sobre la nueva realidad mediática que se plantea.

Palabras claves

Lectoescritura – Pantallas – TICs – Dispositivos móviles- Transmedia

“La lectura a través de las pantallas móviles.

Tensiones y paradojas en la era de la información”

Desarrollo

Nos encontramos iniciando el año 2016 y no resulta una sorpresa hallarnos rodeados de dispositivos electrónicos que, entre otras características, poseen una pantalla que nos permiten leer mensajes de texto, whatsapp y/o messenger, noticias, posteos, tweets y otras informaciones bajo distintos formatos escritos. Por cierto, parecería ser que se trata de una pandemia donde la vedette es el teléfono móvil, devenido en una computadora personal de diminutas dimensiones e innumerables funcionalidades que desplazaron a la originaria: la comunicación acústica y móvil.

Hagamos un poco de historia y recordemos que el fenómeno aparentemente actual representa una relación entre computadoras, pantallas e imagen, todas ellas naturalizadas por el hombre como si siempre hubiesen existido, pero la realidad indica lo contrario. El teléfono móvil tiene sus comienzos hace poco más de 30 años y la televisión en la década del 50. Pero, actualmente, estemos donde estemos una luz hipnotizante nos apunta en forma de pantalla electrónica, donde lo interesante es preguntarse qué hacemos con ellas.

Continuamos y agregamos a lo que mencionamos sobre la lectura otro interrogante disparador: ¿qué tan distante se encuentra el sistema educativo formal de las nuevas formas de acceso al conocimiento? O bien como se apunta en la Encuesta de Consumos Culturales Argentinos del año 2013[1] (a partir de ahora la denominaremos ECCA) ¿Qué miramos? (aludiendo a producciones de TV y PC). No son preguntas sencillas de responder, ni hay una sola forma de entenderlas, en principio nos ocuparemos de esta última. En dicha fuente de información encontramos por ejemplo que el 73% de los encuestados lee diarios y un 56% al menos un libro por año, pero no especifica si tales acciones son realizadas en el espacio de trabajo, en el hogar o mientras se traslada hacia algún sitio, si lo hace en su teléfono móvil, o simplemente si es simultánea a otras tareas, algo que puede resultar una obviedad en tiempos transmediales, concepto que más adelante desarrollaremos.

Un mito que se escucha muy a menudo repetir es que “ahora se lee menos” cuyo deber nos compromete a fundamentar lo contrario y para ello recurrimos a la Encuesta Nacional de Hábitos de Lectura[2] presentada en el año 2012 (cifras que seguramente han sufrido modificaciones a la fecha). En la unidad primera de dicho informe se afirma que no sólo se lee más sino que también hay más lectores en nuestro país:

“En Argentina, la lectura es casi universal. La lectura, al menos de forma eventual y durante poco tiempo, es una experiencia que viven o han vivido el 96% de los argentinos”

No únicamente se lee más sino que se destaca la movilidad que se ha incorporado en tal acto, con lo cual aquí yace el primer cambio en la forma del consumo teniendo a la pantalla como vector de la información o mensaje a transmitir. La noción de movilidad conduce a reconocer y a valorizar el carácter activo de la persona móvil (Amar 2011).

El paradigma de la movilidad es muy potente en estos términos, a tal punto que muchas de las actividades de la vida cotidiana se realizan en movimiento y en “no lugares” (Augé 1993).

Retomando lo abordado por el autor francés, “…la movilidad no es más un atributo accidental o circunstancial (soy a veces móvil y a veces no), sino más bien un atributo esencial. ¡Somos homo mobilis!” (Amar 2011, p. 39).

También nos resulta importante destacar que tanto los libros como la lectura no sólo han sufrido transformaciones en este tiempo epocal, a lo largo de su propia historia algo que las caracteriza es la disruptividad que acompaña a los procesos socioculturales. Además, el texto fue dinamizado, pasando de lo instrospectivo, contemplativo a lo sonoro, de lo continuado a lo espaciado, de carecer de puntuación a incluirse signos, hasta las nuevas formas de escritura donde se observan abreviaciones y simbolismos que incluyen íconos propios de las conversaciones vía celular. Aparecieron otros lenguajes y otros códigos de comunicación, que exceden a la cultura letrada.

Lo señalado previamente es apenas la punta del iceberg que se visualiza en el océano de la lectura, donde inevitablemente cabe incluir a la escritura como forma de participación activa de los lectores/usuarios en los contenidos. No podemos divorciar, como históricamente se ha hecho, a la lectura de la escritura, basando nuestra afirmación en las diferentes experiencias de consumo cultural cuyo valor sobresaliente es la participación e interacción.

El advenimiento de la web no sólo estimuló la lectura sino que también fortaleció el texto con los hipotextos, hipertextos y la inclusión de otros lenguajes como el sonoro y el visual. El libro, el que tradicionalmente conocemos bajo el formato impreso es fácilmente sustituible por una pantalla, su contenido no pero si puede modificarse a gusto (en las plataformas digitales).

La omnipresencia de estos dispositivos podríamos decir que son bajo el formato 24/365 (las 24 horas de los 365 días del año). “Para conectarnos y comunicarnos, para informarnos, para controlarnos, para vigilarnos, para entretenernos (otra forma de vigilancia) en todas partes y en todo momento siempre hay una pantalla encendida cerca…” (Levis 2011, p. 3).

Conceptos como recepción social activa, espacios participativos, lectura social, booktubers, no resultan tan extraños aunque para la industria del libro no sean temas de interés, ya que no se observan estudios cuya pregunta de investigación vertebradora sea ¿cómo se lee?. A partir de allí podemos inferir que las unidades vendidas del bien cultural libro no representa la realidad de dicha industria.

Tal y como hemos podido observar a lo largo de diferentes seminarios de maestría, el crecimiento numérico de pantallas aumentan el volumen de la lectura y la escritura aunque no sean en medios impresos. Encontramos plataformas visuales a las que no dejamos de mirar con atención (y sin ella también), fusionando caracteres, palabras, imágenes y sonidos, con elementos interactivos que dinamizan los contenidos.

De todas maneras no podemos simplificar o reducir nuestra mirada de forma determinista como suele ocurrir, argumentamos la postura con aquello que se indica en el documento “Nueva agenda por el libro y la lectura recomendaciones para políticas públicas en Iberoamérica”[3] de la CERLALC[4], que existen al menos cuatro factores que influyen en la evolución de la lectura, entre ellos la sobreestimulación (de mensajes y contenidos), la multimediatización de los contenidos, la pérdida de significación de los contextos de lectura y el comportamiento social de los lectores.

Nuevos lectores, nuevas prácticas

El título provocador nos conduce hacia una de las aristas más interesante planteadas al inicio de este texto ¿cómo se lee?, es decir cómo es el comportamiento social de los lectores. En un mundo cada vez más hiperconectado no es posible imaginar a las personas fuera de este sistema, donde la lectura se solapa con otras acciones como la búsqueda de información complementaria en la red, la socialización con otros pares también de forma virtual y la participación activa (por ejemplo en el armado de listas personalizadas en las plataformas audiomusicales). Gracias a la interactividad el usuario puede interactuar con el medio digital para elegir su propia trayectoria y combinar los recursos a su disposición para obtener la función informativa deseada (Igarza 2008).

Por otra parte, supongamos que un lector quisiera trasladar toda su biblioteca personal cuando se toma vacaciones, por si en su descanso en algún lugar desea leer y no sabe qué libro (o cualquier otro formato) seleccionar, evidentemente no estaría dentro de sus posibilidades hacerlo. Esa realidad ya no es tal, ya que actualmente entran muchos miles de documentos y libros en un smartphone o tablet, en pocas palabras la portabilidad dejó de ser un problema.

En otro aspecto, nuestra sociedad presenta una tensión entre el ocio y la producción con límites difusos, donde los usuarios de tecnologías móviles aprovechan la movilidad para el acceso a información, comunicaciones interpersonales y espacios de entretenimiento. La vida se ha digitalizado y los bits abundan, ya sea en forma de medios como de contenidos multimedia. Al respecto adherimos a la afirmación que “el dispositivo móvil como tecnología espacial: de entre todas las TICS conocidas, la telefonía móvil es la que potencialmente tiene más impacto directo en el uso y navegación de los espacios urbanos” (Igarza 2008, p. 27).

Continuando con la misma reflexión, el uso de los mencionados dispositivos es, por escala e impacto (social, cultural y económico) de mayor envergadura que la tecnología en sí misma, es decir superan las afirmaciones que evocan los reduccionismos y determinismos. Lo que interesa es evaluar y entender como las personas se apropian, entienden y se relacionan con esos objetos y como estos influyen en sus comportamientos. Principalmente, las esferas afectadas, como se mencionó antes, son las del trabajo y el ocio, pero específicamente en la organización del tiempo y espacio, vinculados al consumo y al movimiento, individual, fragmentado y participativo.

Aunque tradicionalmente se asocia a la lectura con los momentos de ocio, como anteriormente describimos se sabe que en la faz del trabajo también se lee, actualmente se entrecruzan nuevas formas que alternan ocio y producción, especialmente se insertan en los intersticios de la vida social, en los desplazamientos y los tiempos de espera.

La lectura es experiencia y eso los lectores lo valoran junto a la emoción que ello genera, distribuyendo su temporalidad en consumos de entretenimiento, formación (educación y conocimiento) y producción. Todo enriquece la experiencia del usuario/lector y contribuye al incremento de la práctica lectora, sin discriminar formatos, géneros ni dispositivos, que vendrían de la mano del momento, la conveniencia y la disponibilidad (también deberíamos señalar como factores importantes la energía eléctrica y la conexión a la web).

Cabe destacar que aun cuando la tecnología ha impactado socioculturalmente a un vasto sector de la población mundial, un segmento significativo sigue quedando al margen de estas condiciones, siendo la falta de conectividad a las redes, la ausencia de bibliotecas y librerías, características superfluas si no se poseen las necesidades básicas insatisfechas. Bajo estas condiciones de vulnerabilidad es donde sobresale la lectura tradicional, con libros impresos y vinculados a planes gubernamentales. El desafío yace en estimular y potenciar tales hábitos, enriqueciendo las experiencias de consumo cultural, especialmente el vinculado a la lectura en su más amplio sentido, ya que este es un sistema de inclusión social.

Si prestamos atención a las cifras difundidas por la encuesta de lectura citada hace algunas líneas, en el período comprendido del año 2001 al 2011 la lectura creció en casi todos los formatos, papel y/o pantalla; el crecimiento mayor lo experimenta éste último. A continuación el gráfico completo:

Fuente: Encuesta Nacional de hábitos de lectura 2011 (Consejo Nacional de Lectura)

Algo que es muy interesante y contrariamente a lo que podríamos suponer, la lectura en pantalla no atenta en contra de la lectura en papel, esta paradoja conlleva un crecimiento de la misma. Ambos formatos se potencian entre sí, donde los máximos beneficiados son los lectores/usuarios (socialmente hablando, excluyendo las variables económicas de este simple análisis). Estamos en condiciones de afirmar que actualmente se leen más diarios, más revistas y por supuesto más libros que en la época pre-pantallas digitales. Lo importante no es el soporte sino la Lectura (con mayúsculas).

Retornando a las formas que adopta la práctica lectora, observamos que mucho tiene que ver con los contextos y que indudablemente esto es un aporte a la civilidad, el empoderamiento y la participación ciudadana, aristas fundamentales en clave democrática.

Cualquier tipo de lectura genera construcción de significado y sentido, aportando a la subjetividad y operando en la apropiación de cultura. En el mismo orden, la mencionada socialidad inevitablemente implica leer y escribir, de otro modo, son dos caras de la misma moneda. “La intermediación de las pantallas se superpone y de forma creciente, reemplaza a la experiencia directa, adquiriendo un papel cada vez más preponderante en la construcción de nuestra subjetividad personal y social y en el modo en que nos relacionamos con nuestros semejantes, con nosotros mismos y con la realidad física” (Levis 2011, p. 4).

Por último y no por ello menos importante, es menester destacar el concepto de Transmedia cuya definición Igarza señala:

“El transmedia procura construir una experiencia inmersiva mediante extensiones del relato de forma de generar un ámbito narrativo envolvente”[5]

Es claro que no se trata de repetición de contenidos, es información complementaria, diversa, en otros lenguajes y que enriquece la experiencia del lector. No se trata de un consumo lineal como puede ser bajo el formato tradicional libro impreso, donde existe un inicio y un final, en el transmedia los límites se trascienden (materiales, espaciales, temporales y estéticos). Pero no es un fenómeno puramente actual, esta característica siempre existió, sólo que ahora hay sobreproducción y sobreoferta que potencian tal particularidad (aunque también contribuyen a la invisibilidad).

La transmedialidad está vinculada a la denominada “economía de la atención”, algo por lo cual las industrias culturales realizan sus mayores esfuerzos para retener o captar nuevas audiencias en distintos contextos y momentos, bajo un sistema que por sobre todas las cosas, premia al éxito (cantidad de likes, seguidores, fans, contactos, interacciones, hashtags, etcétera).

Algunos de los rasgos sobresalientes de este tipo de contenidos son la no linealidad, la inmediatez, la ampliación/profundización de la información, la ubicuidad, la desintermediación y por supuesto la participación de los usuarios/lectores. “La transmedialidad puede adoptar formas muy diversas y complejas. Sintéticamente y en sentido amplio, consiste en extraer el máximo de valor de cada soporte o canal y de la relación entre estos, reconociendo a cada uno sus especificidades”.[6]

Se trata de un contenido que no es estable, que responde a la diversidad de contextos, donde surgen intervenciones cruzadas y que aportan a la experiencia de lectura (y al consumo de cultura en general). No es una obra u historia terminada, son varias que se desarrollan de forma simultánea, como si se tratase de la serie de libros juveniles “elige tu propia aventura”, es una recepción activa. Lo expansivo de la estrategia lectora transmedial podría implicar múltiples formas de apropiación por parte de los lectores.

Reflexiones

Actualmente, los distintos soportes tecnológicos principalmente móviles, donde se destaca la denominada cuarta pantalla (aludiendo a la telefonía celular), ofrecen a los lectores/usuarios la posibilidad de acceder a cada vez más contenidos personalizados a medida, aunque es menester mencionar que todo depende de las condiciones de acceso, disponibilidad y recepción, donde sus características pueden verse modificadas de acuerdo a los contextos. Podemos afirmar que no se lee más en un único soporte, es anacrónico y obsoleto pensar de esa forma pre-digital. Esta dinámica, donde se destaca la innovación tecnológica, fomenta una subjetividad especial, una forma de concebir el mundo, impensada hace no muchos años. La vida cotidiana no es la misma, ha cambiado la organización del tiempo y el espacio, las experiencias de lectura tampoco son concebidas como tradicionalmente han sido, están vinculadas al consumo y al movimiento, individual, fragmentado y participativo.

Los contenidos especiales que se consumen mayoritariamente son los microcontenidos, pequeñas producciones listas para ser consumidas como un caramelo masticable, en el lugar y a la hora que se desea. Aquí importa la longitud y la adaptación de los formatos para poder ser reproducidos en los dispositivos móviles, un género que también tiene sus ejemplos en los textos escritos o nanorelatos. Como nunca antes, los contenidos breves son ajustados y compatibles con las estructuras tecnológicas actuales, además lo multimedial exagera el efecto sorpresa haciendo más proclive su consumo inmediato.

Las brevedades se pueden observar no sólo en la industria del libro, también en la audiovisual y musical, en la descarga de canciones, capítulos de libros y en el visionado de movisodios, webisodios o webseries, entre otras producciones culturales.

El consumo cultural estará vinculado a la intersección entre Internet y la telefonía móvil, con formatos específicos, tamaños breves, tiempos acotados y disponibles en las transiciones que la vida social impone. Como justificación podemos aludir a que las terminales móviles acompañan de forma permanente a los usuarios, teniendo a disposición todo el tiempo, de manera rápida y fácil la posibilidad de acceder a un interminable listado de contenidos (libros, música, noticias, informes, vídeos, imágenes, etc.).

El dinamismo de tales comportamientos sociales, amplificados por el solapamiento de medios que utilizan como vector informacional a las pantallas, responde a una tríada compuesta por narrativas (lenguajes propios), tecnologías y participación social elevada. Tal como observamos en distintas fuentes utilizadas en este breve escrito, estamos en condiciones de sostener que en la actualidad se entremezclan la lectura y la comunicación, la lectura y la escritura, la intimidad y el compartir, el acto cognitivo de aprender y de comunicar, teniendo como estandartes a la brevedad y la inmediatez como parte del universo mediático que nos envuelve y obsesiona, donde la lectoescritura es imprescindible.

Para no dar por cerrada la discusión analítica, resaltamos una inquietud expresada en el informe de la CERLALC “Esos nuevos escenarios requieren actualizar las alfabetizaciones, evitando divisiones que en las prácticas sociales no se dan”[7]. Urge concebir a las prácticas educativas en consonancia con las prácticas de consumo infocomunicacional que en la sociedad actual impera. Es necesaria la implementación de políticas de lectoescritura que favorezcan la interacción social y la expresión creativa para poder superar la tradicional forma de concebir a la lectura y la escritura como dos cajones de un mismo mueble. Tal concepción fue y sigue siendo un mecanismo de exclusión social del sistema educativo que aún presenta rasgos de desarticulación y sin contener a los nuevos alfabetos y saberes (nuevas modalidades de leer y escribir que las diversas plataformas y dispositivos tecnológicos permiten para expresarse y participar).

Un párrafo destacado pertenece al ejercicio de las prácticas de lectura y escritura que, sobrepasan a la cultura letrada y por ende a su escritura, ya que en la sociedad actual las tecnologías permiten concebir a distintos colectivos sociales sus propios relatos e historia, recuperando oralidades, sonoridades y visualidades.

Solo si aceptamos una nueva sensibilidad colectiva, se puede hablar de cambios políticos en la lectoescritura actual.


Bibliografía consultada

· Amar, George. “Homo mobilis. La nueva era de la movilidad”. Editorial La Crujía, Buenos Aires, Año 2011.

· Augé, Marc. «Los no lugares. Espacios del anonimato. Antropología sobre la modernidad». Editorial Gedisa. Año 1993

· Igarza, Roberto. “Burbujas de Ocio. Nuevas formas de consumo cultural”. Editorial La Crujía, 2009.

· Igarza, Roberto. “Nuevos Medios”. Editorial La Crujía, año 2008.

· Levis, Diego. “El mundo en sus pantallas” Año 2011. Artículo publicado en diegolevis.com.ar

Informes y documentos

· Nueva agenda por el libro y la lectura: recomendaciones para políticas públicas en Iberoamérica. Documentos Cerlalc – Unesco, Colombia, año 2013.

· Encuesta Nacional de Consumos Culturales, año 2013. Ministerio de Cultura de la Presidencia de la Nación Argentina.

· Encuesta Nacional de hábitos de lectura. Síntesis de resultados. Año 2011. Investigación del Consejo Nacional de Lectura de Argentina.

· Metodología común para explorar y medir el comportamiento lector. El encuentro con lo digital. Documentos Cerlalc – Unesco, Colombia, año 2014.

[1] Ministerio de Cultura de la Presidencia de la Nación Argentina. Encuesta Nacional de Consumos Culturales, 2013. Disponible en: http://sinca.cultura.gov.ar/sic/publicaciones/libros/EECC.pdf

[2] Investigación llevada a cabo por el Consejo Nacional de Lectura en el año 2011

[3] Nueva agenda por el libro y la lectura: recomendaciones para políticas públicas en Iberoamérica. Documentos Cerlalc, Colombia, año 2013.

[4] Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe

[5] Roberto Igarza. Material de clase Maestría en Industria Culturales, Universidad Nacional de Quilmes, año 2014.

[6] Ídem nota 3

[7] Idem nota 3, página 62.

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